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En Gálatas 4:1–5, el apóstol Pablo nos ayuda comprender lo que significa ser parte de la familia de Dios:
En otras palabras, mientras el heredero es menor de edad, en nada se diferencia de un esclavo, a pesar de ser dueño de todo. Al contrario, está bajo el cuidado de tutores y administradores hasta la fecha fijada por su padre. Así también nosotros, cuando éramos menores, estábamos esclavizados por los principios de este mundo. Pero, cuando se cumplió el plazo, Dios envió a su Hijo, nacido de una mujer, nacido bajo la ley, para rescatar a los que estaban bajo la ley, a fin de que fuéramos adoptados como hijos.
En la cultura romana, la adopción era muy diferente a la adopción de hoy. Cuando un hijo de carne y sangre llegaba a la edad madura, era “adoptado” en su propia familia. Hasta ese momento, era considerado un niño, y estaba bajo la tutela del esclavo de la casa.
Somos herederos porque hemos sido adoptados. ¿Qué significa eso? Significa que Dios se agrada cuando asumimos nuestro lugar como hijos maduros de Dios, ejerciendo autoridad y disfrutando de la plenitud de nuestra herencia. Sin embargo, la mayoría de los cristianos no hace esto.
No hace mucho tiempo, me topé con una página en Internet que le dice a uno si tiene dinero en algún lugar que no sepa. Literalmente, hay millones de dólares esperando que alguien los reclame en cuentas bancarias que la gente ni siquiera sabe que existen.
Muchos cristianos operan de esa manera. Tienen esta increíble herencia que les pertenece, esta increíble autoridad que se les ha otorgado, y ni siquiera saben que la tienen. Y, amigo, eso no le agrada a Dios.
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