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Hoy quiero señalarle otra razón por la que el nuevo pacto en Cristo es mejor que el antiguo pacto. Hebreos 10:1–3 y 15–17 nos dicen:
La ley es solo una sombra de los bienes venideros, y no la presencia misma de estas realidades. Por eso nunca puede, mediante los mismos sacrificios que se ofrecen sin cesar año tras año, hacer perfectos a los que adoran. De otra manera, ¿no habrían dejado ya de hacerse sacrificios? Pues los que rinden culto, purificados de una vez por todas, ya no se habrían sentido culpables de pecado. Pero esos sacrificios son un recordatorio anual de los pecados, También el Espíritu Santo nos da testimonio de ello. Primero dice: “Este es el pacto que haré con ellos después de aquel tiempo —dice el Señor—: Pondré mis leyes en su corazón, y las escribiré en su mente”. Después añade: “Y nunca más me acordaré de sus pecados y maldades”.
Bajo el viejo pacto, Dios recordaba el pecado de Israel cada año. Eso significaba que cada año el sacerdote tenía que ir al Lugar Santísimo y ofrecer la sangre de un animal para cubrir los pecados del pueblo.
Bajo el nuevo pacto, Dios ya no se acuerda.
¡Qué feliz estoy de haber aceptado a Cristo! Mi pasado fue borrado del libro de Dios. Antes de venir a Cristo, tenía una pasado de muchos colores. Pero si hoy llegara usted a mecanografiar mi nombre en el ordenador del cielo, Bayless, pasado, presione enter, presione imprimir—Las impresoras de Dios solo imprimiría hojas en blanco.
¿Por qué? Porque Él ya no recuerda mis pecados. De hecho, si usted y yo habláramos con Él sobre nuestro pasado antes de ser salvos, Él nos diría: “Lo siento, en lo que a Mí respecta, ya no existen”.
¡Ésas sí son buenas noticias!
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