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En Hebreos 12:22–24, se nos da una palabra poderosa de cómo la sangre de Jesús habla mejores cosas que la sangre de Abel. Se trata de una gran iluminación, así que tenga paciencia.
Por el contrario, ustedes se han acercado al monte Sión, a la Jerusalén celestial, la ciudad del Dios viviente. Se han acercado a millares y millares de ángeles, a una asamblea gozosa, a la iglesia de los primogénitos inscritos en el cielo. Se han acercado a Dios, el juez de todos; a los espíritus de los justos que han llegado a la perfección; a Jesús, el mediador de un nuevo pacto; y a la sangre rociada, que habla con más fuerza que la de Abel.
Si lo desea, puede leer la historia completa de Abel y su hermano Caín en Génesis 4. Lo que aprendemos es que Caín tuvo celos de su hermano Abel y, como resultado, Caín se levantó contra Abel en el campo y lo mató.
Dios dijo: “Caín, la sangre de tu hermano, Abel, clama por Mí desde el suelo”. ¿Qué era lo que la sangre de Abel decía? “¡Venganza! ¡Justicia!”
La sangre de Cristo clama mejores cosas. La sangre de Cristo bañó la cruz y la dejó roja. La sangre empapó el suelo debajo de la cruz en un lugar llamado Calvario. La sangre que hoy está en el Lugar Santísimo del cielo clama día y noche a los oídos de Dios.
La sangre de Cristo hoy no está clamando: “¡Venganza! ¡Justicia!” En vez de eso, clama: ¡Misericordia! ¡Perdón! ¡Aceptación! ¡Bienvenida!
La pregunta es: ¿Cómo responderá usted? Hebreos 12:25 nos hace una severa advertencia:
Tengan cuidado de no rechazar al que habla, pues, si no escaparon aquellos que rechazaron al que los amonestaba en la tierra, mucho menos escaparemos nosotros si le volvemos la espalda al que nos amonesta desde el cielo.
Si aún no ha aceptado a Jesús como su Salvador, hágalo hoy mismo.
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