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Fe verdadera
Santiago 2:14–20 nos habla de la sustancia de la fe verdadera:
Hermanos míos, ¿de qué le sirve a uno alegar que tiene fe, si no tiene obras? ¿Acaso podrá salvarlo esa fe? Supongamos que un hermano o una hermana no tiene con qué vestirse y carece del alimento diario, y uno de ustedes le dice: “Que le vaya bien; abríguese y coma hasta saciarse”, pero no le da lo necesario para el cuerpo. ¿De qué servirá eso? Así también la fe por sí sola, si no tiene obras, está muerta. Sin embargo, alguien dirá: “Tú tienes fe, y yo tengo obras”. Pues bien, muéstrame tu fe sin las obras, y yo te mostraré la fe por mis obras. ¿Tú crees que hay un solo Dios? ¡Magnífico! También los demonios lo creen, y tiemblan. ¡Qué tonto eres! ¿Quieres convencerte de que la fe sin obras es estéril?
Mi traducción favorita de este último versículo es: “La fe sin sus obras correspondientes está muerta”. La fe debe tener obras que le correspondan.
Usted puede hablar sobre ir de pesca, sobre qué tipo de cebo va a utilizar, y cómo los va a cocinar después de que los haya pescado, pero si jamás ha lanzado el hilo de una caña de pescar al agua, no pescará nada.
Es como el golfista que llega a un hoyo de par 3 y enfrente del verde hay un lago y dice: “No hay problema, puedo entrar al verde con mi hierro seis”. Pero después saca una pelota de golf vieja y gastada. Si verdaderamente creyera que puede entrar al verde, ¡sacaría un pelota de golf nueva!
Para que la fe sea genuina, debe tener acciones correspondientes.
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