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En Malaquías 3:10–11, Dios dice:
Traigan íntegro el diezmo para los fondos del templo, y así habrá alimento en mi casa. Pruébenme en esto —dice el Señor Todopoderoso—, y vean si no abro las compuertas del cielo y derramo sobre ustedes bendición hasta que sobreabunde. Exterminaré a la langosta, para que no arruine sus cultivos y las vides en los campos no pierdan su fruto —dice el Señor Todopoderoso—.
¡Ésas son promesas asombrosas! Dios dice que cuando le traemos el primer décimo, Él abrirá las ventanas de los cielos y derramará bendiciones sobre nosotros hasta que sobreabunden. ¡Dios inclusive nos invita a que lo probemos en esta área! (Hasta lo que yo sé, no hay otro lugar en la Biblia en donde Dios haga esto).
Note, también, que Él dice que reprenderá al devorador. Aunque estos pasajes fueron escritos a una comunidad agraria cuya prosperidad se medía en viñedos, cosechas y ganado, uno puede transportar este principio a nuestros días. Dios todavía nos bendecirá, y todavía reprenderá al devorador por nuestro bien.
Hace muchos años, en una pequeña iglesia en México, un amigo mío estaba enseñando sobre el diezmo. Un hombre pobre de la iglesia salió enojado. Más tarde, ese día, este señor nuevamente leyó los versículos en Malaquías y decidió poner a prueba a Dios. “¿Podrá Dios cumplir Su promesa—inclusive en mis circunstancias?”, pensó.
El pobre señor de aquella aldea después testificó—interrumpiendo el culto y exigiendo que se volviera a enseñar sobre el diezmo—”porque estas personas lo necesitan”. Contó cómo había sido bendecido como nunca antes desde que comenzó a dar la décima parte de sus ingresos a la iglesia.
Dios no está limitado por las circunstancias que nos rodean. Él puede bendecirnos sin importar dónde nos encontremos si “lo ponemos a prueba’ y traemos todo el diezmo a Su alfolí.
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