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Una vez más, quiero regresar a Marcos 12:41–44 para que considere un pensamiento final sobre el dar:
Jesús se sentó frente al lugar donde se depositaban las ofrendas, y estuvo observando cómo la gente echaba sus monedas en las alcancías del templo. Muchos ricos echaban grandes cantidades. Pero una viuda pobre llegó y echó dos moneditas de muy poco valor. Jesús llamó a sus discípulos y les dijo: “Les aseguro que esta viuda pobre ha echado en el tesoro más que todos los demás. Estos dieron de lo que les sobraba; pero ella, de su pobreza, echó todo lo que tenía, todo su sustento”.
Dicen esos versículos que Jesús se sentó frente al arca del tesoro. En otras palabras, donde las personas daban sus ofrendas a los pobres. Este área del patio era el lugar donde colocar el tesoro. De hecho, contenía trece receptáculos en forma de trompetas donde las personas daban. Algunos de estos recipientes estaban designados a propósitos específicos, y uno de ellos era para dar limosna a los pobres.
Esto hace que esta historia sea aún más asombrosa. Esta pobre viuda, con menos de un centavo, depositó su ofrenda para ayudar a los pobres.
Ella lo dio para tocar la vida de otros. Y yo espero que usted dé por esa misma razón.
El cielo es muy real, el infierno es muy caliente, la eternidad es muy larga, las personas están muy perdidas y la vida es muy corta para no estar activamente comprometidos—a través de nuestro dar así como por otros medios—en alcanzar a las personas. La única cosa que nos llevaremos al cielo son las almas preciosas que alcanzamos para Cristo.
Ésa debería ser la esencia de nuestra motivación para dar a la obra de Dios.
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