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Hace tiempo, me topé con una mujer a la que no había visto desde hacía tiempo. Con mi típica actitud amigable le dije: “¡Hola!”
En cuanto le dije eso, ella respondió: “¡Oh, Bayless!” y, abriendo su bolso, sacó una carta que yo le había escrito hacía tres años para animarla. Ella dijo: “Llevo esta carta por dondequiera que voy”.
¡Quería llorar! Realmente me conmovió. Pero, después pensé: “¿No hay nadie más que te consuele?” “¿No hay nadie más en tu vida que te diga palabras de aliento?” Me pregunto lo mismo sobre usted.
¿Está necesitando aliento hoy? No sé por lo que esté pasando, pero en lo personal encuentro consuelo y aliento en el siguiente pasaje. En 1 Tesalonicenses 5:9–11:
Pues Dios no nos destinó a sufrir el castigo, sino a recibir la salvación por medio de nuestro Señor Jesucristo. Él murió por nosotros para que, en la vida o en la muerte, vivamos junto con él. Por eso, anímense y edifíquense unos a otros, tal como lo vienen haciendo.
Píense en esto por un momento. Mientras se dirige hacia la eternidad, que es lo que al final importa, ¡usted y yo no estamos destinados para la ira de Dios! ¡Ésas son buenas noticias! ¡Ésas son grandes noticias! ¡Ésas son noticias alentadoras! ¡Y eso es un consuelo!
Dios ha destinado la ira para los impíos. Pero, así como en el antiguo Egipto cuando el ángel de la muerte pasó de largo de cada casa donde estaba la sangre del cordero, le doy gracias a Dios porque la ira de Dios pasa sobre nosotros.
Esa ira se está acumulando, pero no para usted ni para mí. Como creyentes en Cristo, hemos escapado de la ira de Dios.
¡Gracias, Jesús!
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