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En 1 Samuel 15:18–19, 24–26, el profeta Samuel se dirige al Rey Saúl, y esto es lo que le dice:
Y te envió a cumplir una misión? Él te dijo: “Ve y destruye a esos pecadores, los amalecitas. Atácalos hasta acabar con ellos”. ¿Por qué, entonces, no obedeciste al Señor? ¿Por qué echaste mano del botín e hiciste lo que ofende al Señor?―¡He pecado! —admitió Saúl—. He quebrantado el mandato del Señor y tus instrucciones. Los soldados me intimidaron y les hice caso. Pero te ruego que perdones mi pecado, y que regreses conmigo para adorar al Señor. ―No voy a regresar contigo —le respondió Samuel—. Tú has rechazado la palabra del Señor, y él te ha rechazado como rey de Israel.
Saúl desobedeció a Dios y después mintió, trató de cubrirlo y trató de echar la culpa a otros. ¿Se percató de esa parte? ¿Por qué? Porque temió al pueblo.
Debido al temor de los hombres, Samuel le dijo: “Has perdido tu lugar”. Después le dice: “Dios ha encontrado a un hombre mejor que tú, un hombre conforme a Su corazón”. Y Dios eligió a David para reemplazar a Saúl como rey de Israel.
Quiero que piense sobre esto: Dios le había prometido a Saúl que su posteridad se asentaría en el trono, pero ésta era una promesa condicional que Dios le había dado.
Saúl se lo perdió por su desobediencia causada por el temor de los hombres, y también se lo perdieron sus descendientes. Y David, un hombre mejor que Saúl, terminó en el trono de Israel. Fue a través de él que llegó nuestro Salvador.
Si el temor de los hombres nos puede robar nuestro destino y puede afectar a nuestros descendientes, ¡solo piense en lo que puede hacer la fe!
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