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Había allí, junto a la puerta de las Ovejas, un estanque rodeado de cinco pórticos, cuyo nombre en arameo es Betzatá. En esos pórticos se hallaban tendidos muchos enfermos, ciegos, cojos y paralíticos. Entre ellos se encontraba un hombre inválido que llevaba enfermo treinta y ocho años. Cuando Jesús lo vio allí, tirado en el suelo, y se enteró de que ya tenía mucho tiempo de estar así, le preguntó: ―¿Quieres quedar sano? (Juan 5:2–6)
Jesús le hizo a este hombre una pregunta aparentemente ridícula: “¿Quieres ser sano? Es obvio, ¿no? Está en el estanque, ¿verdad? La única razón de estar ahí es para ser sanado. ¿Qué tipo de pregunta es ésa? ¡Claro que quería ser sanado!
Pero Jesús no estaba convencido. Este hombre había estado atascado en esta condición por mucho tiempo. No solamente estaba acostado por fuera, pero también por dentro.
A veces las personas se acostumbran a vivir en sus problemas. Aun cuando por fuera sigan con la rutina para liberarse (generalmente porque saben que eso es lo que se espera de ellos), por dentro se han dado por vencidos.
El primer paso hacia la libertad de sus problemas y de aquello que lo ata y restringe su vida es desearla: realmente querer ser libre.
Debe levantarse por dentro antes de que se pueda levantar por fuera.
Permítame ser muy directo y preguntarle: ¿quiere ser sano? ¿Realmente quiere que las cosas cambien? ¿O ya se ha acostumbrado a vivir bajo el talón del diablo?
Si está cansado de la derrota, la mediocridad y las ataduras, entonces levántese por dentro y diga: “¡Basta ya!”
Ése es el primer paso hacia la libertad.
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